miércoles, 23 de abril de 2014

Y murió de viejo (Parte 1 de 3): Ramón Latino

Cuando ocurre un accidente, o alguien contrae una enfermedad mortal, solemos pensar que esas cosas no nos ocurrirán a nosotros, que eso sólo le pasa a otros. Sin embargo, esto para mí es absolutamente cierto. Me llamo Ramón Latino, y esta es la historia de cómo lo descubrí.

Nací en Riogordo, un pueblo entre montañas de la provincia de Málaga, el 13 de julio de 1979. La primera vez que noté que algo no marchaba bien tenía once años. Fue un lunes de noviembre, estaba en clase con los demás compañeros, acabábamos de llegar del recreo y la profesora todavía no había llegado al aula. Entonces a alguno se le ocurrió que no sería capaz de sentarme en el alféizar de la ventana. Era un tercer piso pero esas pruebas de valor a los once años son irresistibles, así que acerqué una mesa a la pared, me subí a ella, abrí la ventana y me senté en el alféizar, mirando hacia el interior de la clase, por supuesto. Entonces el compañero que había lanzado el reto comenzó a hacer como que me empujaba, con lo que yo me asusté un poco, pero el muy imbécil seguía haciéndolo, y al final perdí el equilibrio y caí.

Lo siguiente que recuerdo es estar sentado en mi silla, atendiendo el comienzo de la clase. No recordaba qué había pasado después de mi caída. Pero allí estaba yo, con el libro de texto abierto sobre la mesa, como si nada hubiera sucedido. Tenía una sensación extraña en la cabeza, como un hormigueo, y también me di cuenta de que no era la primera vez que sentía esa sensación, aunque no podía determinar cuando la había sentido anteriormente.

Al comentarlo con mis compañeros todos me tomaron por loco, y como no tenía ninguna prueba de haberme caído desde el tercer piso, me olvidé de lo sucedido por unos años y supuse que todo había sido producto de mi imaginación. Pero cuando cumplí los quince, ese 13 de julio de 1994, pasó algo mucho más impresionante. Volvíamos de la playa mis padres, mi hermana, mi primo y yo. Como era mi cumpleaños, me llevaban de vuelta al pueblo para celebrarlo con todos mis amigos. Paramos en Colmenar, un pueblo cercano a Riogordo, para echar gasolina y recoger a un amigo que vivía allí. Seríamos seis en el coche, pero éramos niños y eran los años noventa. En la carretera de Colmenar a Riogordo sufrimos un accidente. Mi padre se salió de la calzada y el coche rodó pendiente abajo.

Como aquella vez en el colegio, mi siguiente recuerdo no estaba conectado con el anterior. Todavía estaba en Colmenar, en casa de mi amigo. Tenía aquella sensación en la cabeza y me puse muy nervioso. Temí por mis padres, mi hermana y mi primo y salí corriendo hacia la gasolinera en la que debían de estar. Pero allí no había nadie. Mi amigo llegó enseguida para ver qué me pasaba. Yo le dije que había tenido un accidente con mis padres cuando íbamos para Riogordo y que no sabía cómo había vuelto a Colmenar. Mi amigo, sin entenderme demasiado, me dijo que mis padres ya se habían ido porque tenían prisa y que su padre nos llevaría a Riogordo. Pedí por favor que nos fuéramos ya, y así hicimos. En la carretera, exactamente en el lugar que yo recordaba, encontramos el coche de mi familia. Corrimos a auxiliarlos. Afortunadamente todos estaban vivos aunque muy malheridos. Pronto llegaron las ambulancias que otras personas que pasaron por la carretera habían llamado al llegar al pueblo.

Por supuesto que cuando les conté a mis padres lo sucedido no me creyeron. Pensaron que me lo había imaginado todo debido a la fuerte impresión de haberlos visto dentro del coche accidentado. Y aunque mi amigo y su padre aseguraron que yo les había hablado del accidente antes de encontrar el coche fuera de la carretera, todo fue atribuido a la casualidad.

Claro que yo no me conformé con esa explicación y empecé a investigar por mi cuenta. En la biblioteca del pueblo había algunos libros de fenómenos paranormales y adivinación del futuro pero, después de estudiarlos, no encontré nada que pudiera explicar lo que me pasaba. Mi mejor amigo de aquel entonces estaba al tanto de todo, y él sí que me creía, pero no podía dar más que explicaciones fantásticas que solían involucrar algún superpoder que yo debía de poseer. Como no podía explicar lo ocurrido y no se volvió a repetir, me fui olvidando de lo sucedido, hasta que un día en la tele pusieron un documental sobre física cuántica. En él contaban que una de las poco intuitivas conclusiones que se podían obtener de dicha teoría física, era la de la existencia de los universos paralelos. Había por tanto infinitos universos paralelos, todos parecidos entre sí y a la vez distintos. Por ejemplo, contaba el documental, podría existir un Universo en el cual la ropa que yo llevaba ahora mismo fuera de otro color, y esa sería la única diferencia; o también un Universo en el cual Colón no hubiera existido y por tanto la Historia sería muy diferente a la de nuestro Universo a partir de ese momento.

Esa noche me costó trabajo dormirme, pero es que estaba emocionado con ese documental. Creía que en él podía estar la explicación de lo que me había pasado en el colegio y el día del accidente. A la mañana siguiente lo tuve claro. Lo que pasaba, pensé, es que yo saltaba de un Universo a otro. En el colegio había saltado del Universo en el que caía y moría a otro en el que nunca me subí a la ventana, probablemente porque la profesora llegó unos minutos antes a clase. Y el día del accidente salté a un Universo en el que me quedé en Colmenar y los demás se fueron. Eso implicaba que debí de morir en aquel accidente. Por supuesto esto era sólo una teoría.

El 4 de agosto de 1999, ya cumplidos los veinte años, pasó algo que vino a respaldar mis ideas. Estaba con unos amigos en un camping cerca de Benalmádena. El primer día allí fuimos a una playa cercana en la que encontramos un servicio de alquiler de canoas, y pensamos que sería buena idea alquilar una canoa monoplaza para cada uno. En cuanto estuvimos en el agua con nuestras embarcaciones no tardó en proponerse una carrera desde la orilla hasta las boyas que delimitaban la zona de baño. Comenzó la carrera y a mitad de camino mi canoa se pegó mucho a la de uno de mis amigos, tanto que me dio con el remo en la cabeza. Supongo que mi amigo no se dio cuenta, y yo quedé inconsciente y me ahogué. Lo que recuerdo justo después de aquello es estar en la piscina del camping, a un kilómetro de la playa, y a la misma hora a la que se había producido la carrera. Pregunté a mis amigos por qué no habíamos ido a la playa. Ellos me miraron extrañados y me dijeron que yo había insistido en ir a la piscina. Entonces fuimos a la playa, en la que nunca podríamos haber estado, y allí encontramos el mismo sitio de alquiler de canoas que yo recordaba.

Después de aquello tuve un par de episodios similares. Siempre con situaciones en las que probablemente hubiera muerto, y siempre aparecía en algún otro lugar, en un Universo paralelo según mi teoría, en el que se habían dado cambios más que necesarios para que aquella situación fatal no se hubiera producido. Una vez se estrelló un avión en el que viajaba, y lo siguiente fue verme con otro puesto de trabajo. Al parecer mi anterior trabajo de responsable de ventas implicaba morir en aquel accidente aéreo, y ahora era jefe de personal en la misma empresa.

Por supuesto mi teoría podía ser comprobada, pero para ello debía suicidarme para ver si sobrevivía en otro Universo, y no era algo que estuviera dispuesto a hacer para demostrar mi teoría. Sin embargo, el 17 de noviembre de 2029 me divorcié traumáticamente de mi mujer. No teníamos hijos, así que no vi mejor momento para poner a prueba mi teoría. Fue veneno. Lo tomé sin dudarlo más. En el instante siguiente estaba en París, cenando en una terraza con vistas a las torre Eiffel. Había una mujer sentada a la mesa. Ella resultó ser mi mujer en aquel Universo paralelo, pero no la conocía de nada. El shock fue demasiado fuerte esta vez. Traté de explicárselo todo, pero no me creyó y pensó que estaba bromeando. Al comprobar que no me acordaba de nada de lo que había vivido con ella pasó a pensar que tenía algún trastorno mental. Obviamente la relación se deterioró y lo acabamos dejando.

Mi vida estaba deshecha, no podía soportar tantos cambios, ya no había nada en común con mis anteriores Universos. Aquella vez me tiré por un barranco, en una huida hacia adelante, esperando encontrar un lugar mejor. Corrí hacia el borde y me lancé al vacío. En ese mismo instante vi a una chica sentada justo en el borde del precipicio. No me había dado cuenta de su presencia porque estaba detrás de unos arbustos. Ella me miró a los ojos. Seguidamente tenía otra nueva familia, y todo era completamente distinto. Al menos esta vez resultó que tenía bastante dinero, así que me dediqué a viajar por el mundo hasta mi siguiente muerte. Entonces, una noche en Hong Kong, volví a ver a la chica del acantilado.


(Esta es una versión revisada del relato originalmente publicado en mi anterior y extinto blog "Las Historias de Larsis von Laris")

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